LA FORTALEZA.

Habiendo culminado en 1730 el Proceso Fundacional de San Felipe y Santiago de Montevideo, quedaba aún por cumplir con lo fundamental de la orden impartida por el Rey Felipe V, levantar un enclave militar con la finalidad de defender los territorios de la Corona ante una posible invasión de portugueses, ingleses, franceses o quienes quisieran apropiarse de la nueva colonia de una España ya en decadencia.

Por mandato de Zabala, el ingeniero Domingo Petrarca planteó construir una ciudadela en lo que sería el actual cruce de las calles 18 de Julio y Río Negro, aduciendo que era una zona elevada del terreno que facilitaba su defensa, como podemos comprobar si caminamos desde la Ciudad Vieja hacia Ejido.

Mientras iban y venían entre Montevideo y la Corona, Petrarca falleció, y su sucesor Diego Cardoso, decidió construirla en lo que es hoy un poco más de la mitad oeste de la Plaza Independencia, lo que la volvía prácticamente inútil desde el punto de vista militar.

Aunque las obras comenzaron el año anterior, fue el 1° de mayo de 1742, día de los patronos de San Felipe y Santiago cuando se colocó la piedra fundamental del fuerte, con la bendición del padre José Cordobés, y utilizando como mano de obra a varios presos traídos de Buenos Aires.

La Ciudadela de Montevideo era una fortaleza prácticamente inexpugnable, rodeada por muros de granito de 9 metros de altura, 6 de ancho y 13 por lado, rodeada por un foso de 17 metros de ancho por 13 de profundidad.

Contaba con una Capilla, viviendas para los oficiales y 10 compañías de soldados, un hospital, además de almacenes para víveres y pertrechos, depósitos de pólvora y reservas para casos de sitio. Tenía una sola puerta que daba a la ciudad, a la que se llegaba por un puente levadizo.

Con el tiempo, la función de la Ciudadela de Montevideo fue cambiando hasta dejar de existir, siguiendo la evolución de la ciudad misma.